Conoci al Dr. Rea hace 2 años en Madrid, gran profesional e intersante y valiente persona. Estoy de acuerdo en todo lo que dice, y es diario el trabajo en la consulta, ademas del tratamiento, de divulgacion y toma de conciencia, de los peligros de tantos toxicos que nos envuelven, algunos dificiles evitar, pero muchos si podemos decidir. Felicidades por intentar hacer de este planeta un lugar mejor. Gracias.
Fundador y director del Centro de Salud Ambiental de Dallas (Texas, EEUU) el doctor William Rea -cirujano torácico y cardiovascular especializado en la incidencia de los tóxicos medioambientales en la salud y primer catedrático de Medicina Ambiental del mundo -en el Instituto Roberts de Tecnología de la Universidad de Surrey (Inglaterra)- ha recibido la Medalla de Oro Jonathan Foreman -en 1987- y el premio Herbert J. Rinkel -en 1993-, ambos reconocimientos de la Academia Americana de Medicina Ambiental de la que en la actualidad es Director Ejecutivo. Médico de amplia experiencia -ha tratado a más de 35.000 pacientes de medio mundo- que se rige por la ética no duda en afirmar que la causa de la mayor parte de las llamadas enfermedades es común: la contaminación ambiental. El Dr. William Rea -76 años- estará en España como ponente en el V Congreso Internacional de Medicina Ambiental que cada año organiza la Fundación Alborada -y al que en esta ocasión se ha sumado como coorganizadora la Fundación Vivo Sano- que se celebrará los próximos días 24, 25 y 26 de junio en el Colegio Oficial de Médicos de Madrid bajo el lema Medicina ambiental: nuevas enfermedades, nuevos tratamientos. Un congreso de sumo interés para todo profesional de la salud que quiera entender realmente el origen de la inmensa mayoría de las patologías y saber cómo afrontarlas eficazmente porque como el propio Dr. Rea ha explicado en numerosas ocasiones “a los médicos se nos ha ocultado la causa de la mayoría de las enfermedades”. Nosotros diríamos aún más: se les ocultó cuando estudiaron sus carreras en las facultades de Medicina y se les ha ocultado después en las revistas científicas, en los libros, en los congresos y en los cursos y seminarios a los que han acudido. Sólo que en todo el mundo ha habido médicos que antes o después se dieron cuenta de ello- unos de manera parcial, otros de forma global-, optaron por formarse por sí mismos y una vez llegaron a adquirir conocimientos reservados para una élite empezaron a denunciar lo que estaba pasando y dar a conocerlo entre sus compañeros. Solo que cuando tal cosa sucede la respuesta del “sistema” es siempre la misma: no se debate con ellos ni se rebaten sus afirmaciones en los foros médicos y científicos. Simplemente se les acosa y persigue calumniándoles e intentando desprestigiarles… si es necesario inventándose acusaciones falsas sobre su proceder. Ha pasado en las últimas décadas a menudo y el Dr. William Rea, dada la importancia de sus planteamientos y propuestas, no iba a ser la excepción. Solo que este médico brillante y valiente se asesoró adecuadamente y tras tres años de batallas jurídicas ha logrado que los tribunales norteamericanos le den la razón absolviéndole recientemente de todas las acusaciones. Claro que a quienes manejan el sistema y tienen poder y dinero les da igual si sus denuncias salen o no adelante porque saben que su simple presentación tendrá al molesto médico -injusta y gratuitamente acusado- ocupado en defenderse durante años teniendo que dedicar tiempo, energía y dinero. Y saben asimismo que como ellos alegarán haberlo hecho de buena fe “a fin de proteger la salud de los ciudadanos” los jueces no les condenarán si no consiguen sus objetivos. Se saben pues impunes para calumniar, difamar, acusar y hacer la vida imposible a quienes les resultan molestos. Aunque a veces ni dan la cara. Es el caso de William Rea cuya persecución se inició con una denuncia ¡anónima! y citando como “prueba” los casos de cinco de sus pacientes que desde el principio -y luego en los tribunales- negarían tener la más mínima queja contra él. Algo que el llamado Consejo Médico de Texas obvió aceptando iniciar una demanda contra él para que se le retirara la licencia y no pudiera volver a ejercer alegando que esos enfermos habían recibido “atención insuficiente” y que ni sus métodos de diagnóstico ni los tratamientos que utilizaba eran los convencional y protocolariamente aceptados por sus colegas de forma mayoritaria. ¡A pesar de tratarse de uno de los médicos de mayor prestigio del mundo en el ámbito de la Medicina Ambiental! Hoy, cuando el Dr. Rea ha ganado el juicio con todos los pronunciamientos favorables, a su abogado Jacques Simon –uno de los más prestigiosos en este terreno de Estados Unidos- le caben pocas dudas de que detrás de la denuncia debía estar una conocida aseguradora médica porque da la “causalidad” de que esos cinco pacientes tenían pólizas con ella… y no había un solo nexo común más. Cabe agregar que este letrado presentó un informe en el que diecisiete médicos expertos en Medicina Ambiental declararon haber revisado los tratamientos sugeridos en el caso de esos cinco pacientes y no sólo los avalaron sino que aseguraron que probablemente eran mucho más completos que los que cualquier profesional medio hubiera sugerido. Lo inconcebible es que en la denuncia se hicieron acusaciones tan burdas como que el Dr. Rea inyectaba a sus pacientes combustible diesel y productos químicos nocivos… cuando lo que realmente hacía era neutralizar los efectos negativos de esas sustancias detectadas en los organismos de sus pacientes contrarrestando a nivel electromagnético el impacto dejado por ellas en sus cuerpos. Es decir, se intentó hacer pasar un tratamiento antitóxico por uno tóxico y, por tanto, peligroso. Cuando se trata precisamente de alguien que lleva décadas denunciando que son las sustancias químicas tóxicas que invaden hoy nuestra vida –presentes en el agua que bebemos, los alimentos que ingerimos, la ropa que vestimos, los fármacos, los productos de higiene personal y de limpieza, etc.- y las radiaciones electromagnéticas artificiales las que provocan -o agravan- la inmensa mayoría de las patologías, muy especialmente la fatiga crónica, la fibromialgia, las afecciones coronarias, el cáncer, el alzheimer, el parkinson, la hiperactividad, la diabetes, la sensibilidad química múltiple, la electrosensibilidad… y muchas otras. De hecho según el Dr. Rea también son la causa de todas las patologías que cursan con inflamación cardiovascular -incluyendo los fenómenos espásticos vasculares como las migrañas y otros dolores de cabeza-, la angina debida a espasmo coronario, la enfermedad de Raynaud, vasculitis autoinmunes como el lupus y el reuma, vasculitis del colágeno y de los vasos y venas -como la púrpura de Henoch-Schonlein-, muchas arritmias, las flebitis no traumáticas y otras Y que ha puesto reiteradamente de manifiesto la necesidad urgente de prohibir en todo el mundo el uso de las numerosas sustancias tóxicas –medicamentos incluidos- y aparatos emisores de radiaciones electromagnéticas cuyo uso o venta es legal a pesar de saberse el daño que hacen.
Aunque lo más lamentable es que tras demostrarse en los tribunales que lo que propone el Dr. Rea es eficaz y ayuda a los enfermos el Consejo Médico de Texas –al servicio de la gran industria farmacéutica como todos los organismos de este tipo en el mundo- lo que ha hecho en vez de recomendar que se estudie y valore lo que postula a fin de extender ese conocimiento y beneficiar a los enfermos es exigirle que antes de tratar a un enfermo éste firme un formulario de consentimiento informado en el que se le explique que el tratamiento que va a recibir “no ha sido aprobado por la FDA”. Inconcebible. Aunque este tipo de cosas son las que van a terminar llevando a la gente en general a entender que lo que la FDA aprueba NO ES RECOMENDABLE. Todo esto está en cualquier caso dando lugar a un singular fenómeno “migratorio”: cada vez más médicos tienen que irse de sus países para poder ejercer y poner en práctica los nuevos conocimientos adquiridos y cada vez más pacientes tienen que optar por irse a países distintos al suyo si quieren recibir tratamientos que en él son ilegales pero en otros -aún- no. Hasta que la gran industria farmacéutica imponga sus criterios, sus protocolos y sus fármacos en todos los países sin excepción utilizando a sus testaferros en los gobiernos, parlamentos, colegios médicos y organismos sanitarios. Y que el Dr. Rea se toma muy en serio la incidencia del medio ambiente en la salud lo demuestra por ejemplo que en su clínica se reúnen cada martes los especialistas para, entre otras cosas, valorar las tendencias principales del clima, los vientos, la humedad y los posibles contaminantes que los vientos puedan traer desde otros continentes. Y explica asimismo que diseñara en su día -ayudado por ingenieros de la NASA- una singular unidad anti-alergia en la que, por dar unos ejemplos, el suelo es de cerámica, las paredes se metalizaron con una aleación que impide el contagio por hongos y otros alérgenos y tanto los conductos de aire acondicionado como las instalaciones eléctricas están especialmente protegidas. Todo un oasis para que los pacientes –especialmente los afectados por sensibilidad química múltiple- puedan eliminar los tóxicos acumulados en su cuerpo sin tener que sufrir mientras nuevas agresiones. Una Unidad de Control Ambiental que obviamente ya se ha hecho famosa y ha atendido a pacientes de medio mundo. Ahora bien, ¿cómo se explica la pasión que el Dr. Rea ha puesto en esta disciplina y que sea tan enormemente puntilloso? La razón está en su propia infancia ya que de niño sufrió polio -lo que le dejó como secuela una leve cojera- y, sobre todo, que mientras estudiaba Medicina sufrió diferentes problemas de salud sin que sus profesores fueran capaces de dar con las causas hasta que un compañero de estudios le dijo que probablemente sus múltiples síntomas se debían a intolerancias alimentarias. “Era el peor alumno de la promoción pero el único que acertó en el diagnóstico”, cuenta hoy sonriendo con ironía. Luego se limitaría a eliminar alimentos de su dieta el suficiente tiempo como para descubrir todos los que le sentaban mal resolviendo así, de forma tan sencilla, un problema de años…Quizás por eso hoy, cada vez que recibe a un paciente, le explica que lo primero que debe hacer es valorar su alimentación para saber si es alérgico o intolerante a algún alimento a fin de dejar de ingerirlo. Posteriormente entendería que si los alimentos contienen muchas sustancias tóxicas hoy pasa lo mismo con el aire que respiramos, con el agua que bebemos y nos lavamos, con la ropa que utilizamos, con los productos de higiene y limpieza que usamos y con los objetos artificiales de todo tipo que nos rodean… y que además estamos lamentablemente sometidos a numerosas radiaciones electromagnéticas artificiales que son –está demostrado- genotóxicas. Colegiría así que cuando un organismo se satura empiezan a surgir problemas de todo tipo que dan lugar a lo que los médicos llaman enfermedades. Porque la intoxicación envenena las células y el espacio intersticial… y porque los tóxicos acaban con las reservas de antioxidantes, vitaminas, minerales, enzimas y oligoelementos necesarios para el correcto funcionamiento del organismo. Algo que exige a veces terapias ortomoleculares a dosis que las autoridades no aceptan. ¿Porque son peligrosas? En absoluto: porque el negocio no está en prevenir o curar una patología sino en tener un enfermo crónico que tenga que pasarse toda la vida tomando fármacos paliativos. Fármacos que a su vez le provocarán otros problemas que deberá paliar con otros fármacos que a su vez le causarán otros problemas que le obligarán tomar otros fármacos… y así sucesivamente. Ya sabe pues el lector por qué el Dr. William Rea –y quienes piensan como él- son tan molestos para las autoridades sanitarias controladas por la gran industria farmacéutica. Y por qué no se aceptan sus propuestas de tratamiento. “El aspecto más irracional e insano de la sociedad actual–explicaría el Dr. Rea en una de sus conferencias- es la forma en la que usamos los pesticidas tóxicos y los aplicamos sobre todo lo que vamos a comer. Los que aplican los pesticidas llevan trajes especiales y máscaras de gas para protegerles de los tóxicos que esparcen… sobre la comida que otros despreocupadamente ingerirán”.
“La situación es tan grave–diría en otro momento refiriéndose a los tóxicos medioambientales- que el 50% de las personas corre ya el riesgo de sufrir cáncer ¡en los próximos diez años!”. Añadiendo:“La incidencia más alta de cáncer en el mundo se daba en Israel pero en cuanto dejaron de usar pesticidas clorados bajó rápidamente. Por algo será”. Luego advertiría de que el problema de los insecticidas no es local o nacional sino planetario: “Prohibir los pesticidas en Estados Unidos, por ejemplo, es insuficiente. En sólo cinco días las fumigaciones que se hacen en el oeste africano para combatir los saltamontes llegan por vía aérea a través del Atlántico a los cayos de Florida. Parte de ese ‘polvo africano’ solía de hecho fertilizar los bosques húmedos de Sudamérica pero debido a un pequeño cambio en el eje de rotación de la Tierra llega ahora a Florida viajando después hacia el norte, el centro y el medio oeste de Estados Unidos. Es más, hacen falta sólo 36 horas para que los tóxicos fumigados en Texas lleguen a Ohio y el mismo tiempo para que las fumigaciones del delta del Mississippi alcancen Minnesota”. El Dr. Rea explica que mucha gente –desinformada por las autoridades sanitarias, hoy mayoritariamente al servicio de la gran industria- cree sinceramente que quienes -como él- alertan del problema en realidad “exageran”. Pero asegura que la verdad es muy otra. “Tuve un paciente que hace unos años se trasladó a vivir a las Islas Vírgenes para escapar de la polución del aire en Estados Unidos y su estado de salud mejoró pero a los cinco años me llamó quejándose de nuevo de los mismos síntomas. Le testé y descubrimos que estaba contaminado por polvo tóxico ¡procedente de África! que contenía hongos, bacterias, pesticidas y solventes. Y no es más que un ejemplo entre muchos. La contaminación se esparce actualmente por todo el planeta a través del aire y de los mares. Ninguna autoridad medianamente informada puede asegurar hoy que la contaminación en una zona del planeta no va a afectar al resto porque no es verdad”. LOS INSECTICIDAS, CAUSA DE NUMEROSAS PATOLOGÍAS Rea contaría el caso de otra paciente, una niña con gangrena avanzada en una pierna que había empezado en un dedo del pie a cuyos padres los médicos que la atendieron les dijeron que habría probablemente que amputar. Y todo porque había estado jugando en el jardín de un vecino que poco antes lo había fumigado. Una vez en el Centro de Medicina Ambiental del Dr. Rea se trató a la niña con simple vitamina C de forma intravenosa y se pidió a los padres que se aseguraran de que respirara aire puro e ingiriera agua sana y pura y comida ecológica. Tras el tratamiento la niña sólo perdió la punta de dos dedos del pie pero la sensibilidad al tóxico quedó impresa en su cuerpo y al año siguiente se comprobaría, al fumigar los mismos vecinos el jardín, que sus piernas se volvían azules sin haber tenido contacto alguno con el césped. Bastó una mínima cantidad arrastrada por el aire para provocarle tan fulminante reacción. Lo que demuestra el peligro de la fumigación desde aviones; de hecho en Texas se ha prohibido por ley la fumigación aérea cuando la velocidad del viento supera un límite marcado. ¡Como si ello impidiera que ese polvo se levante de nuevo cuando vuelva el viento! Para el Dr. Rea es indiscutible que el uso de insecticidas es ya una de las principales causas de intoxicación medioambiental en todo el mundo. Y lo lamentable es que su uso no se justifica en casi ningún caso a pesar de lo que nos han querido hacer creer. Claro que se trata de un negocio redondo -se calcula que anualmente el mundo gasta ¡25.000 millones de euros! en ellos, casi la mitad en Estados Unidos- y hay suficiente dinero para contratar “expertos” que minimicen los peligros, alquilar o comprar la conciencia de muchas autoridades y pagar anuncios en los medios de comunicación para que se piensen mucho si les conviene contar la verdad sabiendo que si lo hacen se quedarán sin las campañas de publicidad contratadas. “Lo cierto es que el 99% de las casas de los estadounidenses –asegura el Dr. Rea– están hoy contaminadas por insecticidas. Y es eso lo que en muchos casos está llevando a gran número de personas a sufrir depresión o a la desregulación de su sistema inmune enfermando. Así que en lugar de buscar virus y bacterias patógenas cuando les llega un enfermo los médicos deberían empezar hoy a comprobar antes de nada qué toxinas invaden los organismos de sus pacientes”. “La gente no lo entiende–explica asimismo el Dr. Rea- pero es posible que en Estados Unidos estemos hoy recibiendo por ejemplo parte de las toneladas de herbicidas que conteniendo dioxinas fumigamos en ese país de forma masiva durante la guerra de Vietnam”. Luego pondría otro ejemplo significativo:“Existe un estudio japonés que correlaciona estadísticamente los problemas de ojos, esófago y arterias de muchos chefs que están en contacto constante con alimentos fumigados por organoclorados, incluyendo el DDT, el hexacloruro de benceno y los policlorobifenilos (PCB´s). Afortunadamente en cuanto se dieron a conocer los resultados esos pesticidas se prohibieron en Japón”. PATOLOGÍAS CARDIOVASCULARES Cabe agregar que para William Rea no hay la menor duda de que muchas de las patologías cardiovasculares las causan o agravan los contaminantes ambientales. Afirmando que los pesticidas clorados pueden causar aneurismas al usar el colesterol y los triglicéridos como vehículos de transporte. “Me gusta poner ejemplos porque la gente asimila mejor las cosas–explica el Dr. Rea- así que permítaseme que cuente un caso. Es el de una pareja joven que una vez decidió echar en su sótano Dursban, un insecticida organofosforado que olía lamentablemente. Bueno, pues cuando pasado un tiempo el marido bajó al sótano para limpiarlo le empezó a doler el pecho, le subió la presión arterial y tuvo que ser llevado al hospital. Una vez recuperado volvió a casa y todo fue normal las siguientes cuatro semanas; justo hasta que llegó una lluvia torrencial y los desagües se atascaron inundando el sótano. Porque cuando bajó para limpiarlo le volvió de nuevo el dolor en el pecho, volvió a subirle la tensión y terminó siendo otra vez llevado rápidamente al servicio de Urgencias del hospital donde se constató que ¡se le había desgarrado la aorta! Murió. Luego se constataría que su mujer tenía daño cerebral provocado por el pesticida”. Y es que según el Dr. Rea también el cerebro termina siendo afectado por los insecticidas. A menudo sin que el afectado pueda sospecharlo porque puede proceder de un prado o jardín cercano y, a veces, de algún lugar alejado. De hecho afirma que “a día de hoy todos estamos ya afectados en mayor o menor medida”. Así lo explicaría: “Poca gente lo sabe pero hoy día es difícil encontrar un escáner cerebral que no refleje problemas; hay ya pocos cerebros ‘normales’, sanos. El escáner de un cerebro sano tiene un delineado suave y la mayoría no son así. Muchos tienen zonas claramente inflamadas a los lados, amarillas o blanco-amarillentas. Otros muchos reflejan cerebros pequeños. Lo que explica el cada vez mayor número de personas que tienen problemas de memoria a corto plazo”. Añadiendo: “Afortunadamente con el tratamiento adecuado la mayoría podría volver casi a la normalidad; desafortunadamente la mayoría de los médicos ignora cómo hacerlo”. Para el Dr. Rea el problema a nivel cerebral empieza en todo caso a ser más preocupante en el caso de los niños. “Al menos la mitad de nuestros niños –si no más- tienen hoy problemas de aprendizaje –asegura-. Y gran parte son diagnosticados como niños con Déficit de Atención y/o Hiperactividad a los que normalmente se trata con Ritaliny se les dan consejos psiquiátricos. Cuando el problema suele estar casi siempre causado por alguna intoxicación. De hecho cuando un médico atiende a un niño con ese cuadro lo primero que debería preguntarse es qué tóxicos le están afectando en lugar de mandarle un fármaco ineficaz que encima es tóxico. Y preguntarse cosas como cuántas escuelas se estarán fumigando con pesticidas en su zona, cuántos quemadores de combustibles fósiles hay en ella, si en la casa en la que vive hay alfombras que contienen formaldehido…” “En una ocasión–añadiría- vino a nuestro centro un niño que estaba muy mal y se pensaba hospitalizar. Bueno, pues decidimos llevarle a nuestra Unidad de Control Ambiental donde pudo respirar aire limpio y beber agua limpia con lo que la mayor parte de las toxinas fueron expulsadas de su cuerpo. En apenas 48 horas volvió a la normalidad y pudo volver al colegio. El problema es que un tiempo después volvieron sus síntomas y ponto comprobamos que aparecían igualmente a poco que tuviera contacto con formaldehido o fenol. Nos preguntamos pues qué podía haber pasado y resulta que habían fumigado su escuela mientras todos los niños estaban en ella. Posteriormente comprobaríamos que había muchos niños y profesores con daño cerebral”. El Dr. Rea, hombre habitualmente calmado, explotaría en ese momento:“¡Y no se trata de fumigar cuando no haya nadie presente! ¡Debemos dejar de contaminar nuestras casas y escuelas ya, de inmediato! ¡Hay que prohibir cuanto antes el uso de pesticidas e insecticidas! ¡Y dejar de usar solventes tóxicos en las alfombras y otros útiles! Más nos valdría limpiar las casas y cosas de forma convencional, especialmente los conductos de aire de todos los habitáculos y transportes, automóviles, autobuses y aviones incluidos”. ¿Y cuáles son los principales contaminantes que pueden causar patologías cardiovasculares? Pues según el Dr. Rea el formaldehido -el más común y extendido-, los fluorocarbonos, el DDT, el fenol y el tolueno –solventes clorados que usan para desinfectar el agua de grifo-, la hidrazina –sustancia derivada del petróleo que provoca aneurismas al igual que el humo de los cigarrillos- y la turpentina -que afecta sobre todo a la microcirculación-, entre otros. En cuanto a la manera de prevenir los accidentes cardiovasculares sugiere además de las propuestas genéricas la ingesta de suficiente vitamina C ya que ésta se agota rápidamente cuando nos intoxicamos con el humo de los cigarrillos, el monóxido de carbono, el benceno, el etanol, los compuestos nitrogenados, los metales pesados y los insecticidas y pesticidas. Asegurando que los suplementos de vitamina C –entre 1 y 10 gramos diarios según el problema- fortalecen las paredes de las arterias y vasos sanguíneos además de combatir radicales libres al ser antioxidante. Eso sí, asegurándonos de que es natural y no sintética; y sabiendo que muchas personas la toleran mal cuando procede del maíz, la palmera sagú, la patata o la zanahoria. PROBLEMAS QUE CAUSAN Porque, ¿qué sucede cuando un tóxico entra en nuestro organismo envenenándolo? Pues, para empezar, que provoca hipersensibilidad. Y cuando la exposición es grande o prolongada en el tiempo las llamadas “enfermedades degenerativas y/o crónicas”. Lo que puede llevar al fallo orgánico y, eventualmente, a la muerte. “Los tóxicos afectan especialmente al tejido conectivo –explica el Dr. Rea- que constituye el 60-70% del cuerpo humano; y eso incluye al sistema inmune, al sistema neurológico y al sistema circulatorio. Esos tres sistemas son los principalmente afectados y es su intoxicación lo que da lugar primordialmente a disfunciones concretas que son a las que luego llamamos ‘enfermedades’. Porque éstas se deben principalmente a los tóxicos –y por ende, a los déficits nutricionales que su envenenamiento provoca- y a las radiaciones electromagnéticas artificiales ya que son genotóxicas, es decir, afectan al ADN de las células”. Como el lector informado sabe el Dr. William Rea plantea en realidad algo que ya postuló en su día el Dr. Alfred Pischinger (1899-1983): la importancia para la salud de la matriz extracelular, es decir, del tejido intersticial que integran los vasos sanguíneos periféricos, las células del tejido conectivo, la sustancia extracelular y las terminaciones nerviosas periféricas que dependen del sistema nervioso autónomo y constituye lo que hoy se denomina Sistema de Regulación Basal (SRB) –los anglosajones lo llaman Ground Regulation Sistem (GRS)- y sirve de soporte, almacenamiento de agua y vehículo para el aporte de nutrientes y oxígeno a las células así como para la eliminación de toxinas, productos de desecho y células deterioradas o muertas además de permitir la comunicación entre órganos, tejidos y células a una velocidad superior a la del sistema nervioso mediante circuitos de transmisión mecánica, vibratoria, energética, electrónica y química. Es pues la pieza clave que mantiene conectados a los órganos y garantiza su correcto funcionamiento. A fin de cuentas la matriz nuclear, la matriz citoplasmática y la matriz extracelular están interconectadas formando una red que pone en comunicación todas las moléculas del cuerpo como bien nos recordó en su momento la doctora Pilar Muñoz Calero –presidenta de la Fundación Alborada- en la serie de siete artículos que sobre Medicina Ambiental hemos publicado recientemente. Pues bien, solo cuando ese sistema -que hoy se conoce también como “sistema básico de Pischinger”– está limpio, es decir, libre de toxinas, la homeostasis del organismo es correcta y el cuerpo puede funcionar adecuadamente. En otras palabras: un organismo sucio, intoxicado, no puede funcionar bien. Siendo además esa “suciedad” o acumulación de sustancias tóxicas la que da lugar a los déficits nutricionales –falta de vitaminas, minerales, enzimas, hormonas y otros oligoelementos- lo que lleva a la acidificación del organismo y a las llamadas “enfermedades” según las disfunciones que se producen tengan lugar en unos u otros órganos. De ahí que el Dr. Rea insista tanto en desintoxicar ante todo a cualquier enfermo para asegurarse que se libra de sus toxinas y el organismo tenga una buena oxigenación, circulación y nutrición. Y que, por pura lógica, pida a cualquier persona –enferma o sana- que viva en casas libres de productos tóxicos –especialmente de insecticidas y gas radón-, suelos de madera dura o cerámica -jamás moqueta-, aire limpio y fresco –mejor filtrado-, que beba agua de manantial en botellas de cristal, consuma sólo productos ecológicos –nunca fritos- y elimine de la dieta aquellos a los que sea intolerante o alérgico así como los aditivos artificiales y las grasas “trans” y saturadas de origen animal, no vista ropa sintética sino natural –pero no tratada con químicos- como la seda, el algodón, la lana, el lino, el cáñamo, etc., no utilice productos de higiene personal y limpieza que contengan tóxicos, no consuma tabaco y se asegure de que no hay corrientes telúricas o radiaciones electromagnéticas artificiales que le afecten. Tal es la base de la Medicina Ambiental de la que el Dr. William Rea es uno de los mayores expertos del mundo y que sin duda terminará antes o después siendo la base de cualquier tratamiento médico independientemente de la patología con la que se le haya “etiquetado”.